Per Núria Pérez Blanch
Avui no és collita pròpia, avui m’he pres l’atreviment de reproduir un article del diari El Periódico, que va sortir el dia de Nadal, “Historias reales de Navidad”. És un petit homenatge a totes aquelles persones que treballen per aquells i aquelles que viuen al carrer, com ara la Fundació Arrels. Tinc el plaer de treballar i coordinar amb ells (professionals i voluntaris i voluntàries) moltes de les nostres actuacions a favor de les persones soles, abandonades, desvalgudes, que ells, en el seu treball des del carrer i amb el carrer, detecten i els donen suport, sovint tant sols visitant-los i escoltant-los.
El Centre de Dia que disposen al carrer Riereta és agradable, acollidor, ple d’energia, sovint de converses i rialles exagerades, allà les persones del carrer es renten, es canvien de roba, fan alguna partida de domino i fumen, comencen a arreglar papers i es retornen els contactes amb els professionals perduts (als ambulatoris, als centres socials, alguns a les escoles d’adults...) i sempre acompanyats per aquells voluntaris i voluntàries que podran escoltar-se i sabran que seran escoltats.
Des d’aquí també el meu homenatge a totes les persones que descriu l’article, que encara es troben en racons de la ciutat, ja sigui al carrer o amagades entre cúmuls de brossa pudenta a pisos destartalats o en pensions que recorden les vivències d’altres temps, com si els anys no haguessin transcorregut, dins d’una Barcelona, per exemple, post-olímpica i post-fòrum de les cultures.
Avui acabem l’any 2006 i l’article ens dóna una esperança pel 2007, l’esperança de que encara és possible lluitar contra la solitud dels que no volen estar sols ni soles, malgrat sembla que vulguin. Hi ha gent que encara els recupera la dignitat, que també semblava perduda i els torna la lluentor als seus cabells blancs i el somriure a les seves cares desdentades.
I ara:
Molt bon i feliç any 2007 per a tots i per a totes.
Gràcies per dedicar-me uns minuts, a vegades molts, ho reconec, per a llegir-me, sovint em surten millor les paraules escrites, que les paraules parlades
Molts petons.
Núria
El Periódico, 25 de desembre de 2006.
¡Que no me quiero ir! ¡Que no me saquen de aquí! ¡Que no se me lleven!
Dando patadas y gritando desesperada e inútilmente, María quería evitar que dos camilleros del 061 la levantaran del suelo para, en una camilla, subirla a la ambulancia que la llevaría al Hospital Clínico. Quien así se defendía de todos nosotros y luchaba por su "intimidad" y su "libertad" era una mujer que, entonces, tenía 86 años. Como en tantas luchas que se dan en el mundo, también ella exigía su parte de dignidad, su pizca de espacio propio, único, para ella.
Y allí estábamos nosotros violentando lo que había sido durante mucho tiempo sucasa, su pisito, como ella decía. Al arrastrarla, arrastrábamos con ella toda una vida. Pero también abríamos una puerta a la esperanza. Este fue, quizá, el principio del fin de un proceso de meses.
María es pequeña, menuda, de andares seguros e inquietos. Las arrugas ocultan sus años. Aunque tiene más de los que aparenta, y aparenta muchos.
Me la presentó un día Marisol. María estaba sentada debajo de una escalera de hierro. Esa era su casa: un pisito con vistas al exterior.
Pero este pisito no tiene ni puertas ni ventanas. Por no tener, no tiene ni paredes. María siempre descansa sentada en el suelo.
Parece como si la vida le cansara. Y María lleva mucha a sus espaldas. A sus espaldas y en un carro de Pryca lleno a rebosar: de bolsas, de mantas, de más bolsas.
Siempre nos recibió sentada, nunca la habíamos visto tumbada. Nunca hasta esa tarde cuando vino el 061. Estaba sucia, muy sucia y también lo que le rodeaba. Pero María no parecía darse cuenta.
Los que estábamos cerca sí: olía mal, muy mal. Pero no parecía que a ella le importara.A nosotros tampoco. O al menos no debería importarnos
demasiado.
Está claro que nuestras prioridades no son las suyas. Y no debería sorprendernos. Al fin y al cabo, lo que se ve, es la punta de un iceberg que esconde toda una vida. Lo que importa, lo que realmente nos debería importar, es lo que hay debajo del iceberg. De qué manera llegar al fondo, para que María pueda y quiera, en libertad, vivir la vida que ella decida con dignidad, como persona.
Durante meses, la fuimos visitando Ester y yo regularmente.
Nos recibía bien, aunque sospecho que nunca nos llegó a conocer.
No quería ayuda. Ella se bastaba sola.
Ella y una "hija" que le estaba arreglando los papeles para cobrar.
Pero ni los papeles ni esta "hija" llegaron nunca.
Ahora pienso que era su forma de defender la intimidad ante tanta intromisión.
Pasábamos mucho tiempo con ella, intentando hablar de cosas de "hoy". Pero ella siempre se aferraba al pasado. Al dinero que decía haber tenido y que los "nacionales" le quitaron.
Deberíamos tener una fábrica de hacer "dineros" para que todo el mundo tuviese, no se cansaba de repetir.
Y cuando caía la tarde, todas las tardes, se levantaba de su "pisito con vistas al exterior", cogía su carro del supermercado Pryca y lo arrastraba hasta otro lugar, cien metros más allá, donde, quizá, se encontraba mejor. Allí volvía a sentarse y, luego, a dormir.
Después, al día siguiente, volvería a deshacer lo andado.
Un día supimos que también ella tenía familia, tres hijos y una hija.
Ésta, de verdad. Y que, como pasa en tantas otras historias de arraigos y desarraigos, ya viuda, se vino a Catalunya. Aquí trabajó en todo.
En el pueblo había dejado a sus hijos colocados. En hospicios, con los tíos, con la familia ¡La mala fortuna de venir a menos!
A su hija, hacía cinco años que no la había visto. A su hijo hacía treinta. Al final se vinieron también a Barcelona, ya casados. De los otros dos hijos, no supimos.
Y una tarde se encontraron. Sin tener nada, María sacó de su carro de Pryca una bolsa. Y a su nieto le dio 20 euros "para sus cosas". Y a su hijo, una radio. ¡La de cosas que guardaba ese carro de Pryca!
Se reconocieron, pero ya no se conocían. ¡La de secretos que guardarán esas vidas! Pero María siguió en su "pisito con vistas al exterior".
Ella no quería salir de su espacio. No necesitaba más. Se sentía bien cuando sus hijos la iban a ver una vez por semana allí, a su espacio, a su vida.
Pero un día, al llegar, María no estaba sentada. Estaba tirada en el suelo, cubierta de mantas.
María, ¿qué te pasa?, ¿te encuentras mal?
Por primera vez se quejaba de dolor y no hablaba ni del elixir mágico para lograr la buena suerte, ni de la fábrica de hacer "dineros", ni de que a todos nos tocase la lotería. Por primera vez la vimos tirada, quejándose de dolor, en el suelo.
A partir de ese momento, todo pasó tan rápido y al mismo tiempo tan lento. La ambulancia que Ester y yo pedimos. El médico que no venía. María que sufría, pero que no quería marchar.
La Guardia Urbana que nos intimidaba. La familia, pasiva, confiando en nosotros. La gente, en corro. El morbo de una vieja gritando.
Al final ganó nuestra insistencia y a María se la llevaron al hospital en ambulancia. La acompañaba su hija.
Sólo su sufrimiento nos hizo actuar y arrastrar a María hacia la esperanza de encontrar para ella otro lugar, también suyo, en donde pudiera vivir con dignidad.
Hoy, María (ya ha pasado más de un año) sigue siendo una abuelita de ¡cabello blanco! (nunca supimos de qué color lo tenía) que sigue sin conocernos y que nos habla de la fábrica de "dineros" para todos y de los ajos que hay que llevar en el bolsillo izquierdo de la chaqueta para tener buena suerte.
Esta Navidad, María no la pasará en su "pisito con vistas al exterior", sino en una residencia. Con paredes y ventanas. Limpia y cuidada. Con dignidad.
Enrique Richard. Fundació Arrels.